Dr. John H. Watson (![]() @ 2011-08-31 17:21:00 |
![]() |
|||
![]() |
|
![]() |
|
![]() |
1.- El ruido lo había despertado. Se frotó los ojos, mientras se acercaba al respaldo de la silla donde su compañero se encontraba sentado, activando continuamente un mando a distancia que provocaba que las imágenes en la pantalla cambiaran.
‘Ah, Watson, está despierto. Excelente, acompáñeme.’
‘¿Ondas electromagnéticas?’
‘Sumamente práctico, ¿no cree? Tranquiliza ver, luego de nuestro pequeño incidente con Blackwood, que hayan sabido darles un buen uso.’
El doctor señaló el televisor.
‘¿De dónde sacó eso?’
‘Oh, del estar. No creí que nadie lo extrañara por una noche.’
‘Holmes…’
El detective encendió su pipa, encogiéndose de hombros.
‘Necesitaba distraerme, y parecía un buen momento para explorar las posibilidades de la televisión. ¿Puede creer que dramatizan historias policiales? Me entretuve un rato aplicando mis métodos para solucionar los casos, pero debo decir que resultó algo decepcionante. Eran demasiado elementales. ¡Ah, pero qué tenemos aquí…!’
Había seguido cambiando la programación sin interés aparente, hasta que en la pantalla apareció la imagen de un teatro. Watson reconoció la melodía como la Parsifal de Wagner, una de las favoritas de su amigo.
‘¡Magnífico! Y apenas está comenzando, hemos tenido suerte.’
Watson sonrió ante el plural, y le dio un par de palmaditas amistosas en el hombro.
‘Creo que yo paso esta vez, mi amigo. Mañana debo presentarme temprano en la enfermería.’
‘Una lástima, pero como desee. Disfrutaré por usted.’
‘Sí, sí, como diga. Pero mantenga el volumen bajo, por favor. Planeo dormir esta noche.’
Era una suerte que esa petición fuera posible, pensó, mientras volvía a la cama. A diferencia de los violines, el volumen del televisor sí podía ser moderado. Y esa era una ventaja por la que valía la pena estar agradecido a las tres de la mañana.
2.- ‘Bien, capitán. ¿Cuál es el problema?’
El pirata se paseó con su paso tambaleante, observando la enfermería con una curiosidad que le parecía impertinente. O por lo menos, no estaba acostumbrado a que el resto de sus pacientes olfateara los frascos guardados en las gavetas.
‘Me estaba preguntando si quizás tendría algo para aliviar mis molestias, doc. Últimamente he estado experimentando un… desagradable escozor en… Bueno, usted entiende.’
‘No, no lo hago. ¿Dónde?’
Jack lo miró algo contrariado.
‘¿No? Bueno es... esa zona... delicada, ¿savvy? El problema está en... ¿la popa?.’
El doctor comprendió de pronto. Aunque de inmediato, deseó no haberlo hecho.
‘Cuando dice “popa”…’
Sparrow se sentó de un salto sobre la camilla, con una sonrisa de oreja a oreja.
‘Entonces… ¿empezamos?’
Watson tragó saliva mientras contemplaba el aspecto de su paciente. Decir que parecía que el pirata no había visto un jabón en años era poco. Mientras juntaba valor, decidió que para esta ocasión utilizaría tres guantes quirúrgicos en cada mano.
Guantes quirúrgicos. Nunca antes le habían parecido un invento tan maravilloso.
3.- El clima no estaba ayudando, definitivamente. Caminó con dificultad hacia la entrada de la mansión, aguantando un juramento cuando el dolor le punzaba con renovada energía. El frío nunca le había hecho bien a su pierna herida y, rayos, hoy estaba helando. Tenía que llegar hasta su habitación y los nuevos calmantes que la profesora Raine le había aconsejado que ocupara, y tenía que hacerlo rápido. El dolor se estaba volviendo cada vez menos soportable.
Pero cuando llegó al pie de las escaleras, contuvo un gemido. Había olvidado el mayor obstáculo que lo separaba de las benditas pastillas en el cajón de su mesita de noche. Seis eternos y tortuosos tramos de escaleras. Oh, eso iba a ser divertido.
Entonces, como si el cielo hubiese respondido a sus súplicas no manifestadas, el timbre del ascensor sonó a su lado y la puerta se abrió, casi invitándolo a subir. Exhalando un suspiro de alivio, se apresuró a entrar a la cabina y presionó el botón hacia el cuarto piso.
Podía quejarse de muchas cosas, pero tenía que admitir que Nadalandia podía ser muy compasiva. Cuando quería, claro.
4.- Había caminado por horas, y no parecía que fuera a parar muy pronto. Maldijo en su fuero interno, de nuevo. ¿Por qué tenía que hacerse esto siempre? Holmes sólo llevaba desaparecido dos días, y probablemente cuando regresara a la habitación lo encontraría tocando el violín tendido en la cama, como si nunca hubiese salido. Oh, si lo conocía bien.
Pero aún así, no podía evitar preocuparse. Era hecho probado que el detective no cuidaba de su propio bienestar todo lo que debería. Y a veces (y muchas), la tarea tenía que depender de él.
A la lejanía, un extraño vehículo se acercaba por el camino, levantando polvo. Sólo cuando estuvo a un par de metros logró reconocer al conductor del colorido y pintoresco carro.
‘¿Quiere que lo lleve, doctor?’
Harry Dresden le sonreía casi con presunción, con un brazo sobresaliendo por la ventanilla abierta.
‘Señor Dresden. Realmente se lo agradecería.’
Watson subió con algo de dificultad al asiento del copiloto, y observó curioso alrededor. Nunca antes había estado dentro de un automóvil.
‘Ningún problema ¿Puedo preguntar que hace tan lejos de la mansión? No es común ver peatones por aquí.’
‘Digamos que… se me perdió algo. He estado buscándolo toda la tarde.’
‘¿De verdad? Podríamos ayudarlo a buscar, si gusta.’
El mago dio un par de golpecitos cariñosos sobre el tablero del auto. Y el doctor aceptó, sin dudarlo. Esa era una oferta que sus pies adoloridos apreciaban recibir.
5.- La primera vez que se vio en la necesidad de una cuchilla de afeitar, el Mayor le había recomendado que comprara una de esas innovadoras máquinas en la tienda. Y, tenía que decirlo, no podía alegrarse más de haber seguido su consejo.
Levantó la barbilla para obtener un mejor ángulo de su cuello, y se dio una última repasada, antes de lavar la gillette y dejarla a un lado. Luego se agachó para enjuagarse el rostro, apreciando mentalmente la suavidad del afeitado. Y la mejor parte, sin ningún corte en lo absoluto.
Estaba terminando de secarse con la toalla de mano cuando sucedió. La explosión hizo que todo el edificio temblara. Aferrándose aún al lavamanos, pudo vislumbrar a través de la puerta abierta del baño como Gladstone corría por el pasillo a todo dar, en dirección contraria de dónde había provenido el estruendo. De pronto, tuvo la desagradable certeza de saber dónde se había originado la detonación.
Suspiró, mientras se preparaba para enfrentar el posible desastre que pudiera encontrar en su habitación. Pero antes de salir del baño, se contempló en el espejo y pasó una mano por su rostro. Le esperara lo que le esperara, se consoló, por lo menos su afeitado era perfecto.